sábado, 10 de agosto de 2019

La pólvora del siglo XX.


Me cuenta que a la hermana de su marido la mataron con dos años en la guerra, con una vacuna envenenada, que los niños se morían en brazos de las madres antes de salir del médico y nadie se explicaba por qué. Y me dice lo mala que fue la guerra para todos.

Me habla de su marido, de lo trabajador que ha sido siempre, que cargaba sacos de 100 kilos de remolacha y me enseña una foto. Dice que no pudo hacer la comunión porque estaba trabajando en la finca y cree que ahí empezó todo. Le pregunto algo que no le guste a él y ella me dice que lo que menos le gusta es el aguardiente. Que ella a veces traía botellas de la fábrica y él nunca se las bebía, se quedaban guardadas en el estante del salón. Dice que nunca ha sido un hombre celoso, porque cuando él cobraba y se quedaba hasta tarde en el bar, ella salía a pasear con los niños y él nunca le recriminó que saliera sola ni que no le hubiera esperado.

Cuenta que se puso malo cuando cumplió los 40. No sabe explicar su enfermedad. No sabe que le pasó, pero se puso malo y empezó a creer en Dios y a hablar con él y ella lo recuerda con impotencia. No ha sido un mal padre porque nunca ha pegado a sus hijos y vuelve a recalcar, y muy trabajador. Tampoco le ha pegado a ella. Pero tiene las marcas de haber sacado adelante a sus cuatro hijos ella sola y de haber tenido que lidiar con un hombre, con dos botellas de vino casi diarias y con una enfermedad que no entendía. Y que normalizaba. Porque antes se normalizaba todo.

Y de repente, me empieza a hablar de ella. De cómo una vecina les leía cuentos a los niños porque antes no se iba a la escuela y muy pocos sabían leer. Y ese era su momento preferido del día. Cuando salía de trabajar y se sentaba a escuchar historias. Luego me cuenta que aprendió a leer ya mayorcita y que ojalá hubiera podido estudiar. Le pregunto qué le hubiera gustado ser y dice que le gusta mucho la política. Que los políticos nunca han entendido la vida. Pero que lo más le hubiera gustado hacer a ella, era escribir un libro. Tenía una historia muy buena. Ojalá hubierais escuchado cómo describe las calles de Barcelona de hace cincuenta años. 

Desde que estoy con ellas, siempre tengo presente 'Los niños de la guerra' de Josefina Aldecoa. Porque ESTAS son las niñas de la guerra, las mujeres del franquismo, del hambre, de las fábricas, de la migración forzosa. Las mujeres negadas a todo. Las que se hubieran querido divorciar a tiempo pero la iglesia se lo impidió. Las que tuvieron que tragar con el amor para toda la vida. Y el amor que todo lo puede. Y nos están contando sus últimas historias. 

Os escribo a todas y guardo vuestros cuentos, uno a uno. Porque sois vosotras, con vuestras enseñanzas, las que nos habéis hecho libres a nosotras.


M. 



La foto del 8M que vi por ahí que más me gustó.