Los que no pierden las ganas, aunque se las arrebaten todas.
Los que creen que las oportunidades se fabrican. Los que sonríen y no se hacen las
víctimas. Los que se levantan, se miran al espejo y se dicen “hoy voy a
quererme más”. Los que valoran los detalles insignificantes y se emocionan con
una canción sin sentido. Los que se inspiran en la vida. Los que sueñan cada
día. Los que luchan a sabiendas de que nadie les ve. Los que creen en la
verdad. Los que hacen frente a la debilidad. Los que defienden la igualdad. Los
que siguen adelante. Y sobre todo, los que velan por la libertad.
Todos ellos, que son grandes personas y aun no lo saben
porque nadie se lo ha dicho nunca. Cuando lo que dicen es que no importa lo que
veas en el espejo que lo que vale es lo que salga en las fotos, que los abrazos
son necesarios aunque no los pidas y que hay que aguantar traca si quieres
recoger caricias.
La sociedad que nos vende que quererse a uno mismo está
contraindicado si lo que se busca es el aprecio constante y a cualquier precio.
Pero es bueno quererse, quererse por encima de todo, sin
bajar la guardia y le pese a quién le pese. Poner el ego en un altar pagano
donde nadie alcance a tocarlo, saberse dueños de todas y cada una de las
decisiones que se toman pensando únicamente en uno, diciéndoles un “que les
jodan” a todos los que intenten hacerte creer que eso es egoísta.
Por encima, caminando
sobre las utopías descalzas, que no te pisen, que no te arrastren y que nadie
se atreva a cuestionar cuanto vales, porque de eso va la cosa ¿no? De no
ponerse precio. (Y joder el capitalismo a base de trueques).
Quererse aunque eso sea malo, dañino y de hijos de puta,
quererse a rabiar y estar orgulloso de ello.
No sentirse nunca un olvidado.
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