miércoles, 9 de octubre de 2013

La peor forma de olvidar, es la de no pensar en uno mismo.

Los que no pierden las ganas, aunque se las arrebaten todas. Los que creen que las oportunidades se fabrican. Los que sonríen y no se hacen las víctimas. Los que se levantan, se miran al espejo y se dicen “hoy voy a quererme más”. Los que valoran los detalles insignificantes y se emocionan con una canción sin sentido. Los que se inspiran en la vida. Los que sueñan cada día. Los que luchan a sabiendas de que nadie les ve. Los que creen en la verdad. Los que hacen frente a la debilidad. Los que defienden la igualdad. Los que siguen adelante. Y sobre todo, los que velan por la libertad.

Todos ellos, que son grandes personas y aun no lo saben porque nadie se lo ha dicho nunca. Cuando lo que dicen es que no importa lo que veas en el espejo que lo que vale es lo que salga en las fotos, que los abrazos son necesarios aunque no los pidas y que hay que aguantar traca si quieres recoger caricias.
La sociedad que nos vende que quererse a uno mismo está contraindicado si lo que se busca es el aprecio constante y a cualquier precio.

Pero es bueno quererse, quererse por encima de todo, sin bajar la guardia y le pese a quién le pese. Poner el ego en un altar pagano donde nadie alcance a tocarlo, saberse dueños de todas y cada una de las decisiones que se toman pensando únicamente en uno, diciéndoles un “que les jodan” a todos los que intenten hacerte creer que eso es egoísta.

Por encima, caminando sobre las utopías descalzas, que no te pisen, que no te arrastren y que nadie se atreva a cuestionar cuanto vales, porque de eso va la cosa ¿no? De no ponerse precio. (Y joder el capitalismo a base de trueques).

Quererse aunque eso sea malo, dañino y de hijos de puta, quererse a rabiar y estar orgulloso de ello.


No sentirse nunca un olvidado. 


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