lunes, 2 de diciembre de 2013

Un clamor a todos los "te echo de menos" que mueren en los labios.

Nunca es tarde ni pronto para decir un “te echo de menos”. Ni situación idónea que lo sustituya.

Pero muchos nos callamos por culpa de esa antesala del miedo. Miedo a que pensará, miedo a la huida. Nunca decimos todo cuando tenemos a la vida delante y nos quedamos esperando ese “algo” que nos marque una guía de actuación para poder salvar nuestra salud emocional de un derribo seguro.

Decir a tiempo “no te vayas, que aun no me ha dado tiempo a gastarte del todo”, un “podría vivir sin ti, pero es que no me apetece” o un “vuelve, que esto del sálvese quien pueda no me funcionó”  cura muchos estados de ánimo que se han quedado helados del frío de un corazón una cabeza con vértigo a sentir, o peor, a que no sientan lo mismo.

Y suceden las oportunidades en forma de diapositivas delante de tus ojos. Y tú callado. Y no pasa nada. Nunca pasa nada. Porque no hacemos nada para que pase. Y ese “no te vayas” salva. Vaya que sí salva, el mundo no está diseñado para los cobardes ni siquiera para esto y el miedo es un negocio que sale muy rentable cuando nos negamos a actuar, a mover la siguiente ficha.


Luego vienen los eternos desvelos pensando y la noche está para hacer cosas bonitas y no para arrepentirse y mucho menos de lo que no se hizo. Y sálvense todos los ” te echo de menos” del mundo, todos los “no te vayas, o si lo haces que sea con billete de vuelta” y todos los “vuelve”. Un respeto a las despedidas, que ni una más se selle con los labios cerrados, que ni una más suceda sin tener un mínimo de esperanza, de volver a verte. Que no es complicarse la vida, que igual es hacerla un poquito más fácil. 

Siempre me creí eso de que dos mentes vuelan más alto que una sola.

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