miércoles, 4 de enero de 2012

Trozos inclasificables.

Solo buscaba una respuesta cuando se acercó a aquel cementerio en busca de su propia tumba, y la llevó flores durante meses intentando llorar a alguien, llorar al culpable de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, a ella misma siendo una niña de año y medio cuya alma habían enterrado en una pequeña caja de madera blanca. El cuerpo de Lilith siguió vagando por el mundo y su ciudad durante 22 años más. Su alma estaba ya bajo tierra, echando raíces en aquel mundo paralelo que llamaban cielo. Se negó a subirse al coche que la esperaba fuera del cementerio aquel día de abril, su padre había ido a buscarla y ella le rechazó. Vomitó y lloró hasta quedarse medio desmayada en el suelo y su padre recogía los restos de la que hasta entonces había sido su hija. Aquel día Lilith descubrió que su nombre había sido Almudena y cuando fue a buscar a su madre biológica ésta se echó a llorar aún más de lo que ya había llorado su hija muerta. La vida se la había devuelto veintidós años después, la niña de los ojos negros que la arrebataron de sus brazos alegando que había fallecido por una pulmonía. Le contó que siempre había querido tener una hija para llamarla Almudena, como su mejor amiga. Lilith la abrazó e intentó en vano retroceder en el tiempo y recuperar su pasado paralelo. Quererla como había querido a su madre de siempre. No quería que la enterraran cuando muriese, ella ya tenía una tumba y no quería más. No se pueden tener dos tumbas, una para el alma y otra para el cuerpo, quería que la llevaran flores a aquella, a la que su madre había ido a llorar a Almudena todos los días y que esas flores se secaran junto a las que ella había colocado, que se secaran todas juntas y que no echaran de menos su cuerpo.
Más tarde, Lilith siguió llorando, llorando hasta que se fue del país y lo abandonó todo. Ya no quería a Julián, no se quería a ella misma ¿Cómo iba a poder querer a alguien más?      

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