jueves, 2 de febrero de 2012

Sueño y realidad, pureza y estruendo

No quiere salir.
Está encerrada en su ático.
Piensa que la calle da frío, los escaparates la miran de reojo y las farolas dan portazos a las luces de su futuro.
Solo llora y se queda mirando fijamente un televisor que lleva apagado ya 10 años.
La misma cara, el mismo pelo sucio, la misma dejadez en su ropa y las mismas ojeras que la acompañan desde la última década describen sus sentimientos. 
No quiere salir a la calle, ni a cenar, ni a tomar una cerveza o una coca-cola, o a dar un paseo. No quiere ir de de compras y ni siquiera quiere ir a mirar las estrellas, que era lo que más le gustaba.
Ha cumplido los 50, sus hijos no están en casa, y su marido les abandonó hace 10 años, cuando se fue a buscar la vida con la que siempre había soñado. Y ella  lloró como si hubiera muerto en vez de irse, lloró para desear que el tiempo retrocediera y poder volver a conquistarle de nuevo.
A veces, por las noches se sienta en el suelo de su terraza, descalza y con los pies muy fríos y llora mientras mira como se duerme la ciudad embriagada de luces y ella se duerme con la luz apagada.
Otras veces se va al salón y se sienta en el sofá a mirar su ático, las paredes, las puertas, los cuadros y las fotos viejas, de tiempos felices, pero sobre todo mira la puerta esperando que él entre cualquier día y le diga que todo ha sido una pesadilla. Cada día es sueño y realidad, pureza y estruendo al comprobar que nadie entra.
De vez en cuando coge un folio en blanco y escribe todas las cosas que le gustaría hacer algún día, cuando la pena la deje tranquila.
Aunque dice que vive en un ático, en realidad vive dentro de una escafandra, que la aleja de todo.
Y desde su ático y su escafandra el mundo se la presenta aterrador. Pero ella hace tiempo que dejó de sentir miedo, ahora solo siente pena. Una pena que se lleva por delante todos sus sueños, sus estrellas y su vida.
Nadie habla de ella, nadie piensa en ella, nadie la llama, nadie escribe sobre ella y nadie valora su existencia.
Pero lo peor de todo, es que su nombre es Soledad y piensa que vivirá encadenada a ella el resto del tiempo. Sin que fuera nadie huela su comida recién preparada y se siente a cenar con Soledad. 
Aunque yo sé que algún día, cuando se seque las lágrimas podrá ver por la ventana la forma en la que el sol baña su casa cada mañana, se levantará y se echará a la calle, a sentir el aire fresco sobre la cara, el calor del sol o las gotas de lluvia, la gente paseando y los sonidos de la vida, que hacen que se cuele una pizca de esperanza entre la ropa y los poros de la piel para llegar a la cabeza y cambiarte la forma de ver las cosas y la desesperanza. Se irá al mar y podrá sentir el agua bañando sus pies y se quitará la escafandra para cerrar de un golpe el destino de su nombre. Y entonces, sacará de un cajón los folios que ha escrito y vivirá la vida, que nadie nunca ha escrito para ella... Salvo ella misma.

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