Nunca habrá luna de miel, ni boda feliz, ni un anillo de
diamantes, ni invitados esperando dentro de la iglesia, no habrá un futuro
marido perfecto con el que compartas sonrisas cómplices antes de dar el gran
paso. No tendremos flores, ni velas, ni
vestidos preciosos. Probablemente no disfrutemos de ningún año de casados, ni
al cabo de los años haya niños correteando por la casa. Nunca nos unirá una
hipoteca, no habrá besos al volver del trabajo, no habrá noche de bodas, no
habrá discusiones de pareja, ni crisis matrimoniales por la convivencia.
Sólo habrá un silencio atroz cuando cada uno llegue a casa,
los mismos platos que dejaste sin fregar seguirán en su sitio, el sofá estará
libre, el hueco de la cama tal como lo colocaste, ¿La música? Cada uno con sus
cascos, mis libros en mi pequeña biblioteca, los tuyos metidos en cajas, el
olor de la casa siempre será el mismo, el que te acompaña a la calle y el que
vuelve fiel contigo. Tal vez el olor sea lo más fiel que encontremos en esta
historia. Cuando tú entres por tu puerta y yo entre por la mía. Cada uno en su
casa, con toda la vida y la distancia de por medio. Cuando ya no quede nada que
nos una, nada a lo que podamos echarle la culpa de habernos juntado. Nada.
No dudo que seamos felices cada uno en lo suyo, éxito
profesional, muchos amigos, una buena relación con la familia… Incluso una
pareja que nos de la estabilidad que nosotros siempre nos quitamos. Aunque nada
de todo eso, por muy felices que seamos, podrá nunca sustituir la falta de tu cariño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario