martes, 6 de diciembre de 2011

El cielo se ha dibujado hoy por estos dos locos


Los besos carmesí de primera hora de la mañana, mientras contemplan la ciudad que se ha despertado mucho antes que ellos y avanza atónita hacia el compás de un nuevo día, mientras ignora con todas sus fuerzas a aquellos locos que la miran y se ríen desde el último piso de un edificio indiferente. Los locos se besan y se abrazan, mientras su pelo se alborota y beben un zumo de naranja que sabe a pedacito de cielo y fuman su primer porro mañanero. Sus pupilas dilatadas no se miran, no se encuentran en el firmamento porque la ciudad se presenta mucho más excitante.
Avanza el letargo del día y ya el sol se posiciona en el centro del cielo, imponente, cálido y a la vez tan distante, que parece frío, del más puro hielo, apuestan el par de locos. Aún no han salido de la cama y continúan arremolinando sus cuerpos en una sola figura, rodeada de sábanas blancas y ceniza. Él se acerca a la mesita de noche y del primer cajón extrae un libro tan viejo como el sol y como si se le conociera de memoria lo abre y comienza a leer, es un poema de Bukowski, se tira hacia atrás y cuando ha quedado completamente tumbado, su voz se hace más fuerte y más tierna, a la vez que ella se derrite ante sus palabras.

Llega la noche, sobria y penetrante y comienza el duelo del vino, abren la ventana y dejan que el aire frío de la ciudad entre y campe a sus anchas por la habitación y por su cama. Entonces ella saca una guitarra y se propone enamorar a su loco en cada nota y en cada verso que salga de su garganta, y a él se le dibuja una sonrisa en la comisura de los labios mientras saca la marihuana y comienza a liarse otro porro, justo después de haber brindado con la copa de vino blanco y haberse prometido no quererse nunca, más allá de la locura sobre la que estaban viviendo y más allá de la ciudad que les había visto ser ellos mismos.

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